No puede ser objeto de mi angustia,
porque ya soy su extraño.
Unicamente en el deseo,
en la humazón de la locura está fresca su huella.
No he de abarcarla aunque mi pecho creciera hasta los astros.
Estaré solo para siempre:
me nací de ella con todo el poder de mi corazón infantil
y no sé regresar adonde estuve antes de ella.
Un desgarrón me inunda el cuerpo;
a lo mejor me mueron al tropezar o doblar por la esquina.
Os decía: ella es el mundo, salvo para mí.
Otros podrán verla,
pero yo no la veré más;
será otra,
aunque sea mi amor.
Su presencia es real en otro mundo donde yo soy irreal.
Ha muerto para mí,
yo soy su muerto.
J.L. Quesada
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