Tumbado o recostado sobre sus sienes tibias, el joven se acostumbró a sí mismo. En el té, sorbo de paz efímera, endulzaba una casualidad más, el encuentro vagabundo que acabó por silenciarse.
No en vano, el misterioso retorno de los pájaros sobrevoló la tempestad en un aire resquebrajado, sin tolerancia, de construcción firme, burbújas de idealismo. Presente acomodado en su injusta espontaneidad, repleto de huecos intransitables, verdades de sacrificio, nada más, nada menos.
Amante de la brisa impasible, no llores sin orgullo, que los volcanes se desparraman solos, sé luz de luces en el resplandor incendiado.
Balada para un sueño otoñal...
Hace 1 mes
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