martes, 22 de diciembre de 2009

Los dos en una silla



Mujer sentada con vestido azul, Amedeo Modigliani.

Corrían los años de la polca barata, el anís redulce y los gritos en el café esquina Rue Saint Émile, donde los disparatados colores de los vestidos se confundían con los trazos gruesos o finos, recién pintados o imborrables, en las camisas de esos hombres que se pasean a altas horas de la madrugada en busca de elixires prohibidos y otros placeres digestivos.

Lucile no podía dormir, el silencio le hablaba tan fuerte que el oído izquierdo, desacompasado del otro izquierdo (imagínense el derecho), le retumbaba al filo del mechón de pelo que le ocultaba la oreja de un lado, la otra del revés. Sin escuchar, viendo junto a una estufa de carbón raquítica y mal cuidada los paseantes de la noche infinita, los que no se acuestan por que ya son soñadores, a los que se les expanden los brazos cada vez que una chica atrevida, descarada o en busca de dinero, les roza el extremo superior del pantalón de pana molida, y cae la presa sin resistencia.

Ella en una silla, ella y la silla, dos en la misma silla. Estática con el peso de un recién nacido y del que está a punto de morir con los talones hasta el cuello y los pies sin cabeza. Se quedaría una noche más, en el cristal reflejada, en aquella silla de barrotes reversibles y negros, con las manos sosteniendo el inmutable paso de la arruga en las yemas al sudar pasado. Recordando que de ahora en adelante, la calle no sería un lugar de tránsito, sino el tránsito mismo.

2 comentarios:

  1. Tienes una gracia increible marta! me encanta este pequeño rincon!!

    ...parece que te oigo recitar todos estos pequeños relatos con esa voz tan dulce!...

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  2. siii, soy yo, Clarita! ;) un besote gigante!!

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