martes, 2 de febrero de 2010

Se ruega no acabar con la Antártida, y ponerse un sombrero




LLevo cabezas dándole vueltas a los días:
vuelta y vuelta de estar vivos,
vuelta al lío
y sigo.

He reinventado los espacios para que quepas en ellos
y no estés a más de veinte mil lenguas de mí.
He escuchado las cosas que duran
-me lo contó el diablo apuntando a D. Johnston-
y las que no, pero siguen.
Te he cercado en silencio frente al único hueco
que quedaba para el amor,
él dice: "Esto no es real"
-y miente como mejor se guarda una mentira-
los deseos más vulnerables y puros,
la infancia que el niño vivió
consolando la que el adulto explicó.

Que el tiempo pasa y yo no,
que estoy lista, más que mi hambre
y te leo mientras caes por la mensajería,
entre las rejas del congelador
con la última botella en la mano
y un papel cuarteado que quiso decir:
"¡Sácame de tu Antártida!"

El drama es que cuando se funda en el agua
sólo habrá un lejano crujido
y nosotros aprenderemos a silbar su silencio
sin sombrero.

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